Publisher: Rusia HOY
Existen espacios donde todo está reglamentado, impera el orden; el orden es seguridad o, al menos, una apariencia de seguridad. Otros espacios, en cambio, aún son el bastión de «lo salvaje», pero no sabemos por cuánto tiempo: pesa sobre ellos la amenaza de su extinción, más o menos silenciosa y lenta. En un punto intermedio nos encontramos espacios híbridos, donde se libra esa contienda u oímos su eco. A veces se declara un vencedor, otras se llega a las tablas, pero siempre queda una huella que el fotógrafo puede documentar. Son como paisajes después de la batalla: la batalla entre espacio construido y naturaleza.
La primera fotografía que vi de Alexánder Gronsky fue la imagen nevada de un suburbio de Moscú. En un segundo plano se alzaban los muros de cemento de los altos bloques residenciales, que conforman las extensas ciudades dormitorio de la periferia. Y en primer plano, dos perros de raza cuyo amo ha vestido con prendas de abrigo, una azul y otra roja, dos manchas de vivos colores sobre un fondo blanco que los convierte en protagonistas. Uno de ellos mira a cámara, el otro a la izquierda del espectador. Hay en esta fotografía algo del poema de Rilke “La pantera” o del homónimo de Luis Cernuda: ambos poetas cantan la melancólica impotencia del animal enjaulado o tal vez de quien la observa. Pero, en esta fotografía, los barrotes que encierran a la pantera se han convertido en las prendas que humanizan a los perros, que les confiere el aspecto ilusorio de dos civilizados ciudadanos paseando tranquilamente por un parque, si bien no dejan de ser dos animales apartados de la naturaleza, como la pantera.